sábado, 16 de diciembre de 2006

Ley.

Paseaba por el prado cercano a la villa una mañana soleada y tranquila, sin más pensamiento en mi cabeza que el olor tan penetrante de las lilas, cuando, de repente, un pequeño caracol se plantó delante de mí y los dos nos detuvimos. Un perro que me seguía se detuvo también, como la cabra que pastaba entre la cebada y el caballo atado a la pilastra. Como los dos pajarillos que se posaron en las ramas del árbol cerca de la huerta, y el asombrado conejo que se alzó de entre las jaras. Todos, pensaban, sentí. Detenidos, expectantes, no quitaban ojo a mi pie derecho que había quedado adelantado a sólo unos centímetros del caracol. Tras unos segundos, en absoluta contemplación de aquella fotografía, elevé mi pie para, de una zancada algo más larga de lo normal, evitar pisarlo. El perro que me seguía reinició su caminar, olisqueando hasta llegar al caracol al que de un bocado rompió el cascarón, y tragó. La cabra volvió a pastar, el caballo nos dio la espalda, los pajarillos revolotearon cortejándose hacia el río, y el conejo ya se había escondido. De vuelta a la villa mojé un pañuelo y me cubrí la cabeza protegiéndome del Sol. En esta zona del valle cuenta una leyenda que los hombres no tienen el permiso de Dios para cambiar nada, y que de hacerlo, la Naturaleza se vengaría. Mientras que los animales, primeros habitantes de estas tierras, están en su derecho de acabar con la vida de cualquiera que incumpla dicha prohibición.

Carmen murió la semana pasada, dicen que se la vio desplumando a una perdiz para comérsela. Su cuerpo apareció despellejado y picoteado. El pañuelo en mi cabeza se secó. Cuando lo iba a humedecer una mariposa que aleteaba a mí alrededor se posó en la placa del desagüe de la fuente en el suelo. Alcé la vista y desde una ventana tres gatos me observaban desafiantes, mientras los bueyes del establo, paralizados, no quitaban ojo a mi pulgar a punto de pulsar el surtidor. No había pájaros en el cielo, ni perros por la calle pero en lo alto de la montaña se dibujaban los perfiles de una familia de lobos escultóricos, recortados, mirándome fijamente.