sábado, 21 de abril de 2007

Nerea.

“-¡Tráeme las tijeras y el hilo, y dos agujas que están encima del tocador!... ¡No pierdas el tiempo leyendo esas revistas para niñas estúpidas y ponte a leer lo que te ha mandado la maestra!... ¡Y antes de venir pasa por el baño y coge del costurero el dedal y la bobina de color azul!... ¡Y no tardes, que enseguida vendrá tu padre y nos pondremos a cenar los tres!-”; calló durante unos instantes y de nuevo, elevando el tono de su voz dijo: “-¡Si no estás ocupada riega las plantas del jardín y coloca bien las macetas de la entrada que el gato ha vuelto a tirar la arena!... ¡Y llena de agua la regadera para que no se la lleve el viento!-", cuando con voz más baja repitió: "-Para que no se la lleve... que no se la lleve-”, antes de abrirse la puerta y saludar a su marido. Desde la tumbona con un inocente gesto sonrió al estropeado pero amable rostro del hombre, acariciándole la mejilla e invitándole, antes de sentarse a la mesa, a que se diera un prolongado baño caliente. Cuando el hombre se perdió por el pasillo la mujer se levantó, sacó de detrás del cojín que tenía a su espalda la fotografía de su única hija, muerta hacía ocho años, para colgarla en la pared junto a la ventana, y sin lágrimas en los ojos dirigirse a la cocina a preparar la cena. Mientras, su marido, cabizbajo y en la habitación del fondo de la casa, susurraba: "-Te he traído esta revista, era la última, pero me han dicho que saldrá otra la semana que viene, como aquellas que...-”, “-¡Vienes!-”, gritó la mujer, “-¡Voy, sí! ¡Ya voy!-”, respondió el hombre desde la habitación, dejando la revista encima de un montón.