miércoles, 20 de diciembre de 2006

Hacia la conquista de la ubicuidad[1]”:


diseñador, -a adj. y n. Se aplica al que diseña o al autor de cierto diseño.
diseñar (del it. “disegnare”) tr. Hacer el diseño de una cosa.
diseño (del it. “disegno”) 1m. *Dibujo previo a la realización de una cosa que se hace para tener una idea aproximada de cómo será en realidad. » Apunte, boceto, *bosquejo, croquis, esbozo, esquema. • *Forma o aspecto exterior del objeto que ha sido previamente diseñado: “este libro tiene un diseño realmente innovador”. Acción o actividad de diseñar. 2 *Descripción de una cosa hecha con palabras a la ligera.

La palabra que antecede a diseñador es Disentir (pensar de distinta manera), parece por tanto, como si la definición de diseño llevase aparejada cierta discrepancia, quizá por la incapacidad de consenso acerca del término, debida seguramente a la velocidad, diversidad y misterio con que operan los cambios en este campo. Y posteriormente a ella, tras la adjetiva disépalo,-a, se halla la palabra Disertación definida como acción de disertar, es decir: tratar con autoridad de cierta materia. Pronto encuentro mi sitio cerca de la primera y muy alejado de la última. Si continuamos analizando la definición de María Moliner, nos daremos cuenta de que Diseño es un calco de la palabra Dibujo, y es que, en tiempos de Vasari, las dos eran una: Disegno.

Vasari lo definió de forma abstracta y platónica cuando esgrimía razones para pensar que el disegno es una cierta idea de la cosa
[2]. No le faltaba razón. Desde entonces, las definiciones se acumulan a soga y tizón en la lapidaria frontera que santifica a un número pequeño de objetos que quieren disfrutar de esta diabólica consideración. Muy pocos lo consiguen, y las leyes que parecen identificarlos dependen de asombrosas confluencias de muy compleja sistematización. Lo que no quiere decir que no se puedan enseñar las leyes universales de la imitación y ejercitarse voluntariosamente en la copia. Así trabajaban los aprendices de las bottegas renacentistas en tiempos de Vasari: imitación y copia del maestro. Esta disciplina la perderemos con los siglos, aparentando un nostálgico cinismo, hasta quedar obsoleta y condenada en la actualidad, a no aparecer declarada en el revés del objeto, aunque sí en nuestra memoria visual.

El Disegno -Segno di Dio-, el signo de Dios, como lo definía Zuccaro, no se hacía únicamente para que los maestros se guiaran en la realización de los grandes frescos, en las catedrales, iglesias y palacios del Renacimiento; se usaba, también, para aproximarse a la creación de un niel, un salero, una greca, la escalera de una biblioteca, o el proyecto del edificio que la envolvería. Aquel disegno, se nos decía, no gozaba de la estima que hoy le atribuimos; era tenido por un ensayo previo, útil, permitiendo al maestro aclarar los pliegues de ropajes, la expresión de un rostro, o la composición de una escena, entre otros. Un profundo estudio del disegno de aquel tiempo contradice la ligereza que se supone de mis palabras: así comprobamos cómo el dibujo se bifurcaba, ya entonces, en studio, schizzo, pensiero y el propio disegno, que unían perfectamente las nuevas funciones con la aparición de nuevos materiales más precisos y ligeros como el papel, puntas de plata, etc., con las exigencias de las formas, respondiendo a las inquietudes intelectuales y artísticas de la sociedad renacentista. No existiría, por lo dicho hasta ahora, gran diferencia entre los estudios de un casco para la cabeza que coronaba una armadura de Giuliano da Sangallo, el croquis de un monumento fúnebre de Lorenzo di Credi, el estudio de un cáliz de Ucello, un boceto dramático de Luca Signorelli, las ilustraciones para “la Divina Comedia” de Botticelli, o el apunte de una maquinaria militar de Leonardo: ¡Todo era Disegno! Hermoso y magnífico disegno.

En el Renacimiento, el disegno adquiere la consideración de madre de todas las artes, teniendo rango de disciplina autónoma desgajada de su utilidad; eso, no obstante, no impide que Vasari, en la descripción de obras de los más grandes maestros de su tiempo, apunte dos palabras escalofriantes: “sin valor”, refiriéndose a los extraordinarios dibujos que pasarían de mano en mano de los discípulos en los talleres de todo el que ansiara dedicarse al noble arte de la pintura, la escultura o la arquitectura. Así era el disegno: carecía del valor de una pintura y apenas podía compararse con la talla de un mármol inhumano. Los disegni elegidos para desvelar los secretos de sus autores admitían casi cualquier uso; se dibujaban (diseñaban) por detrás, en los bordes del papel tintado, incluso encima, para aprehender los trazos plateados que ninguna técnica desvelaría de otra manera. Vasari salvó muchos de ellos coleccionándolos para ejemplificar “Las Vidas”. Podemos afirmar, sin que nos quepa duda, que a partir de ese momento, lentamente, los caminos del dibujo y el diseño no se volverán a encontrar (nominalmente) más que en puntuales ocasiones (queda pendiente). Para nuestra desgracia, los disegni sólo pueden estar ocultos a las miradas del pueblo, incumpliendo otra de las acepciones de dibujo que Palomino derivaba “del verbo divulgo [...] hacer notoria, y patente al vulgo alguna cosa, y también porque divulgo es verbo castellano”; ahora bien, nos reconforta pensar que, al igual que las venas bajo la piel, el dibujo alumbra cualquier actividad que depende mínimamente de su existencia.

El diseño, ya en nuestros días, es eso que ustedes pueden identificar como progreso en cada objeto que nos rodea y que no atenta contra la esencia de lo eterno en sí que habita en ese objeto repensado. Eso -disculpen que no quiera ser más preciso- que les procura silentes promesas de felicidad, de gozo, y deseo. Renovando, casi sin darnos cuenta, nuestros horizontes estéticos; cautivados por la belleza que exhala la forma, o la redefinición de su función. El diseño es un campo en constante evolución: todo lo transforma. En su incontenible metamorfosis se inscribe su particular ley de los cambios, que encontró para no detenerse, terreno abonado en una sociedad ávida de novedades; podría ser cierto que dicha actitud lleva intrínseca la superación de algún tipo de comportamiento errático, ya sea individual o social; dicha novedad nos aleja del presente, nos proyecta hacia el futuro. Nadie está a salvo de su implacable expansión.

No es extraño que comenzase hablando del disegno florentino, pues debe de venir de aquella época la manera en la que lo bello y el bien pretenden confraternizan hoy en el diseño.

El dibujo, es eso otro -línea o sombra- que constituye el primer roce con la comprensión, el entendimiento e interpretación de los objetos que nos rodean, sin más utilidad que su simple corporeidad. Y sin fórmulas que nos permitan reproducir -volver a tener- esa misma experiencia cientos de miles de veces al crearlo, como insinuaba Valéry. Ya sé; no debemos fiarnos de un amante del dibujo,“no sé de arte alguno que pueda comprometer más inteligencia que el dibujo” escribió. Pero le nombro porque él fue uno de los primeros en sospechar en los inminentes cambios que se avecinaban: “[...] el pasmoso crecimiento de nuestros medios, la flexibilidad y precisión que estos alcanzan, y las ideas y costumbres que introducen, nos garantizan cambios próximos y muy hondos en la antigua industria de lo Bello [...], llegando quizás a modificar prodigiosamente la misma idea de arte”. Si miramos a nuestro alrededor, el tono de sus palabras nos resulta profético.

[1] Título extraído de un pequeño texto de Paul Valéry “La Conquista de la Ubicuidad” . Piezas sobre Arte. Ed. Visor. Colección La Balsa de la Medusa. Madrid 1999.
[2] “E perché da questa cognizione nasce un certo concetto e guidizio, che si forma nella mente quella tal cosa che poi espresa con le mani si chiama disegno” Giorgio Vasari. Le vite de´piú eccellenti pittori, scultori e architettori. Firenze. Ed. a cura di G. Milanesi, 1885.