Epitafio.
He intentado ser toda mi vida un escritor importante al que siempre reconociesen por el estilo, ese secreto de los grandes maestros en el que cada cuadro es distinto y siempre el mismo; pensaba hasta hoy. Pero pasados los años, dolorida la espalda, piernas y manos, aturullada la cabeza de pensar en lo que perdí y atisbar el fracaso de lo que apenas elegí, clausurada mi etapa de vendedor de mangueras de riego, de guía turístico, y de insignificante escritor independiente, ya no me quedan fuerzas para luchar por nada. Y lo que es peor, estaba intentando escribir mi epitafio y componer una esquela brillante que iluminase quién fui, para que los amigos llorasen tan grave pérdida al leerla, cuando me he dado cuenta que los amigos a los que pretendía conmover me abandonaron hace años, y que al resto, los que aguantaron, los dejé por un mal verso derramado sobre un vino cualquiera y un halago rápido. Suplico entonces, a quien encuentre estas líneas, que la lápida sea blanca, sin palabras ni números que delaten mi nombre ni el día de mi muerte; que me entierren aunque sólo creí de niño; que me recen plañideras y curas tras pagarles con lo poco que tenga; que sea un día soleado -ni de invierno ni de verano (de eso ya me ocuparé yo)-, y que al fondo, en lontananza, alguien pronuncie mi nombre a los cuatro vientos, hacia las montañas... Miedo es lo único que tengo en común con el mundo, miedo de saberme acabado en cuanto ponga punto y final a este párrafo.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home