sábado, 30 de diciembre de 2006

Oye.

Cuando la mañana caldea el trigo y colorea de fino oro sus semillas, por la tarde se pudre el tilo y el agua corre por las laderas”, -contaba el joven aldeano en aquellas tierras del interior.

Si el Sol se oscurece en violetas antes de hacerlo en naranjas y azules, la noche se vuelve pestilente; el Lobo no perdona ovejas, comete el loco sus locuras, y se esconden las mujeres”, –decía serio el hombre de la montaña.

Todas las nubes pueden clasificarse en dos grupos: Aquellas que arrastran las almas al purgatorio, sobrevuelan pesadas y compactas el cielo al aterdecer, para ir a ocultarse al centro de la tierra. Cuando las almas descubren su fatal destino, rompen a llorar en infinitas tormentas. Poderosos rayos y ensordecedores truenos evitan que les oigamos decirnos los porqués de sus condenas. El segundo grupo lo forman todas las otras clases de nubes, en especial, las de madrugada, muy finas, blancas, casi transparentes; se hinchan de nuestros deseos y promesas, lástima que las deshaga el viento a poco que sople. Lástima que no duren nada... pero hay tantas”, –escuché a una mujer susurrarle a un gato que miraba a un lagarto que observaba mi bastón mientras yo me cubría con el paraguas en espera de ver descargar a las nubes de su desgracia.