lunes, 26 de enero de 2015

FANZINE MUNICIÓN -primer número 2014-

MUNICIÓN (primer número 2014)


Munición ha nacido…






Despliégalo como un plano; indaga. 

Ízalo como el velamen de un velero; gobierna. 

Oréalo como bandera húmeda; perfuma. 

Haz, de nuevo, sonar el papel; restalla.



Munición hunde sus raíces en lejanas lecturas de juventud, muy especialmente en la metralla mordaz de El Imitador de Voces de Thomas Bernhard. Aquellas carcajeantes historias escondían para mi sorpresa una extraña combinación de palabras que, como una pócima, se revelaron en mi piel en forma de urticaria ideopática, a la que resistí entre risas en la sala de Urgencias de un hospital, mientras se ocluía mi glotis
después de que párpados y labios habían desaparecido bajo la hinchada y monstruosa piel de mi cara. La dificultad para respirar, la falta de oxígeno, el miedo a morir, la medicación y el abrasador picor dieron paso a un estado de confusión hipnótica en el que solo el recuerdo de aquellas páginas actuaba de calmante. En esas circunstancias, los enfermos y enfermeras con sus coreados lamentos y febril deambular, se convirtieron en el ridículo reparto actoral que daba vida a los relatos del austriaco, es decir, todo podía seguir latiendo discretamente para no llamar la atención de la muerte, siempre dispuesta a llevar a término lo que nosotros sabemos bien cómo ir aplazando, o colapsar sin aviso. Seguidamente, realidad y sueño amarillearon, di una aflautada bocanada de aire y me desmayé.

Desperté sin reconocer el lugar, sin dolor, sin importarme lo sucedido, pero vívidamente grabadas en mi memoria las secuencias de aquellos personajes y las municiones usadas por estos en la conquista de sus grotescas desdichas, que eran entre otras muchas: la turbación, la cólera, el desasosiego, la necesidad de Verdad, la restitución del orden, etc. A fin de cuentas, la necesidad de existir en este mundo evitando la colisión con los semejantes que, por lo general, de no producirse por medios contenidos y civilizados, se producirá por medios convulsos y naturales; inhumanos, diría.

El doctor jamás aceptó la posibilidad de que la lectura de un libro hubiese sido el desencadenante de la erupción cutánea que casi me mata. Él y su equipo culparon a un alimento en mal estado, y tras un breve periodo de estudio y observación me dieron el alta. Pero yo no tengo ninguna duda de la responsabilidad que algunas combinaciones de palabras tienen en el modo en que nos enamoramos, arriesgamos nuestras vidas, ocupamos la primera línea de batalla, descubrimos la belleza, o simplemente enfermamos.

 “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y la otra como farsa”. La cita de Marx, con su filo de bayoneta encabezando El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte (1851), atraviesa hasta nuestros días la carne de tres siglos, produciendo con su dentada incisión tragicómica un desgarro inoperable. Su vigencia es absoluta, salvo quizás porque la mueca que un escultor debiera tallar en la actualidad en nuestros rostros petrificados tendría que acompañarse de una caudalosa baba idiota cayéndonos por la comisura de la boca, sucia y viscosa debido a los herrumbrosos discursos y a tanta patraña estética.

En este “mundo fluyente (líquido) en el que nada puede ni podrá preservar su forma de manera durable”, solo cabe imaginarse un naufragio cuyo origen radica en la Modernidad, y al que debemos nuestra codicia por pertenecer al marasmo indiferenciado del devenir cotidiano que nos asola. La consecuencia ha sido arrastrar a toda la sociedad surgida del periodo que media entre la posmodernidad y el hoy, a “vivir sin fundamentos bajo condiciones de contingencia admitida”, a sufrir la actual “Incertidumbre, inseguridad y confusión”, los tres pilares sobre los que fundamenta Zygmunt Bauman la noción de “Ambivalencia” (Bauman, 2005). Es decir, esa manera de ser y estar en el mundo que, de algún modo, la vida posmoderna elevó a presente eviterno con la consiguiente licuefacción de las soflamas éticas y estéticas, que tanta
solidez pretendieron en la primera mitad del siglo XX.

En el horizonte, merodeando, algunos resistentes pensadores, desesperanzados personajes Beckketianos, apenas pueden reprimir ya su deseo de que la tan voceada revolución, encaminada a que la masa social incumpla su condición contemplativa y anestesiada, explote, a pesar de que en la deflagración perdamos el falso consuelo que nos procura la fantasmagoría hipertecnificada de la red. Una premonición que está cerca
de cumplirse en cada proclama y a la vez se aletarga en cada protesta cavando así un túnel hacia una sociedad errática e insatisfecha, únicamente belicosa ante la perspectiva que la enfrenta a la posibilidad de merma del deseo; tumoral concepto que se acumula en cada uno de nuestros actos como amodorrados descendientes de nuestro antepasado moderno, el literario Flâneur, ese diletante parisino que prefirió no percibir, siquiera en la lejanía, el sufrimiento y la inhumanidad inserta en la belleza de las cosas (W. Benjamin dixit).

A lo que habría que sumar la deriva globalizadora y el desgaste sufrido por las élites políticas y económicas en su empeño por mantener el despótico control, y cuyas estrategias de perpetuación pretenden contradecir el carácter fluyente de la propia sociedad que, desgraciadamente, parece aceptar esta coacción como vital predestinación.

El signo de los tiempos nos dice que la Red nos ha construido en tiempo récord en seres de apariencia reactiva, solidaria, comunal y crítica, una excelente Munición para enfrentar cualquier aventura. Puede que no se equivoquen quienes piensan que esta Pangea volátil que ambiciona la complejidad procedente de lo humano, que sufre de continuo un oceánico volcado de experiencia afectada por altas radiaciones de lo real en su purificada atmósfera, constituye el paso más evidente en la glorificación de la cultura. Pero nosotros pensamos también que es un estrato más al que deberse para soportar la falta de dignidad de esta claudicación silenciosa hacia la que nos hemos precipitado sin remedio.

Munición solo existirá en papel, en este papel, y usted lo hará desaparecer o conservará oportunamente, olvidando que en algún instante los dos coexistieron; se miraron cara a cara. Nos hemos acostumbrado a la superchería sin simulacro, hemos aprendido bien la lección del arte y la política, disculpen por tanto que Munición confíe en algo tan físico como siempre lo fue un dibujo con el dedo en la arena, o un doblez en
el papel.

Munición es solo lo que ve; solo lo que lee. Un Zine abierto a la colaboración entre disciplinas artísticas, literarias y filosóficas, una humilde galería portátil donde mostrar arte, reflexión y ensayo que en este primer número ha contado con la desinteresada contribución de todos aquellos a los que, profundamente agradecido, nombro a continuación: Manolo García, Nelly Muñoz, Constantino Gil, Adriana Bañares, Javier Sádaba, Ismael Ejea Hualde, Eduardo Rojas, Israel R. Citores, Carlos Zorromono, Claudio Hontana Muñoz y Jesús Andrés Esteban, pero muy especialmente tengo que agradecer el auxilio de Miguel Sintes, quien no ha dudado en desorganizar buena parte su vida para tratar de organizar la peor parte de la mía.

La munición está cargada.

Julio Hontana.