jueves, 10 de abril de 2008

Eutanasia.

La lluvia amenaza el valle que a mi llegada abracé como cuna de musgo y ramas. Hoy me miro las manos, me fijo en los dedos rotos de esfuerzo y me toco el rostro intentando reconocer algún rasgo físico de aquel que fui. Me sueño, y aunque no me reconozco, mis ojos siguen llorándote recordando la tarde en que adornabas lo mucho que me amabas, como una perfecta actriz de teatro, cuando gritabas al amor con palabras que arrancaban, pretendías, la poca vida que me quedaba. Muero, y ni siquiera ahora te quiero, pero mátame antes que aparezca el odio, que hoy si muero, muero de viejo.
Si antes de que salga...

Si antes de que salga la luna has cerrado los ojos no verás entre las copas de los árboles a los chillones murciélagos, a los aviones por sus luces, a los veloces satélites, ni las nubes iluminadas por la espalda... cosas sin importancia, me decías. Si antes de que salga el Sol no has despertado te perderás el olor del rocío, la humedad del suelo retemblando de frío, el agua sonar en el río como ropa limpia que se dobla y a lo lejos las campanas que recuerdan que hoy comienza un día, imposible de repetir mañana. Si no despiertas ni esta noche, ni luego, ni pasados tres días, será que has decidido acompañarme en este oscuro y sordo viaje; pero si no es así, si regresas a la vida, recuerda y no olvides el cariño, los besos, y el sexo de las tardes envuelto en el jersey dentro de la cartera colgada tras la puerta.