sábado, 24 de marzo de 2007

Siempre

Siempre que tengo que decir una palabra bonita, digo siempre Luzcarina. Pero siempre que me pides una fea palabra siempre digo, siempre, Luzcarina.
Secas están.

Secas están las hojas secas del seco invierno esta primavera, y secos los ojos y las venas secas del seco odio de que están llenas.
Papá sonríe.

Mamá mira con ojos ahogados en brillos de lágrimas. Papá relaja la mirada en las nubes de tormenta. Mamá quiere decir algo que no escucho. Papá le sujeta el cuello muy fuerte para que no se caiga. Mamá agarra las manos de Papá y da patadas al parquet como si deseara correr atravesando el suelo. Papá la mira hasta que ella se detiene. Mamá se desploma. Papá me mira. Papa viene hacia mí. Papá sonríe. Papá siempre sonríe.
(para una copla)

Acaríciame cuando lo necesites; insúltame cuando te odies; abandóname cuando más me quieras; pero nunca le beses cuando me ames... Nunca
Una decisión.

De los dos caminos que tenía frente a sí, debía de escoger uno y desechar otro. Pronto pensó que dejar uno de ellos le obligaba a recorrer el elegido, y que recorrer el elegido le privaba de conocer el abandonado. La opción no era fácil. Los dos caminos eran iguales: llanos, luminosos, idénticos en anchura, perfectamente floridos, e increíblemente arbolados. Las opciones no eran muchas: izquierda, o derecha. A su espalda, el punto de donde había partido aún era visible. Se apresuró a no imaginar ninguno de los dos caminos, para no entorpecer la elección. Pero ya lo había hecho. Ya sabía que la derecha era su lado natural, el que siempre elegiría sin que mediara una elección como la que en esos momentos le incomodaba. Reprimiendo el torrente de imágenes que producía la visión de aquellos caminos, el de la izquierda siempre atraía las escenas más conmovedoras, las menos habituales, incluso algunas visiones por las que hubiera en otro tiempo caminado hasta reventar. El de la derecha le ofrecía unas perspectivas menos atractivas pero también las que mejor conocía, las que le arropaban en sus decisiones. La Izquierda era el mañana, todo y nada; lo prometedor. La derecha el pasado perpetuo travestido de presente: la ropa que vestía, la piel que le rozaba, el corazón que alguna vez oía latir, y la boca enjugada en aquellas poco más de cien palabras, ya fueran para responder, o preguntar.
Con la mirada perdida en unas insignificantes hierbas que no supo nombrar proseguía su silente digresión. Se fijó, como nunca había hecho, en que aquellas hiervas ignotas tenían las flores giradas hacía él y eran de un blanco deslumbrante, incluso a la sombra de las encinas; bellísimas -dijo su rostro. Se fijó, también, que a la derecha crecía una hierba verde y muy fina que al poco de su nacimiento se arrastraba y cruzaba temerariamente el camino. Se fijó, extrañamente, en que el Sol –él que nunca lo miraba, ni sabía sus ciclos, ni sus inclinaciones, ni su calor; sólo guiñar los ojos y arrugar el gesto cuando con la mano se tapaba de sus rayos- durante el rato que había estado allí detenido, aparecía entre los árboles de la derecha. Aquella información era la primera vez que la tenía y nada en su interior le permitía elaborar ninguna enseñanza con ella. Agachó la cabeza, se pasó la mano por la nuca, y se escurrió el pelo sin fuerza para secarse el sudor. Y ya que la mano estaba en lo alto de su cabeza pensó que al bajarla con impulsó quizá este violento gesto tirase de su cuerpo y así resolvería el dilema. Lo hizo seis, siete, hasta nueve veces, pero cuando, ciertamente, el impulso de su brazo derecho le obligaba a dar un paso en esa dirección rápidamente lo corregía con un paso hacía atrás, e intentaba lo mismo con su brazo izquierdo, contrarrestando el efecto y colocándose de nuevo en el punto de partida. Braceó al aire sin sentido durante los diez minutos siguientes, para finalizar con un exhausto grito, celebrando la liberación de aquel estúpido juego. Ahora le pesaba la cabeza y casi no sentía los brazos por los golpes que habían acompañado al infructuoso intento.

De repente escuchó a los pájaros y quiso entender en su canto sabios consejos para romper su quietud. Los oyó lejos, al fondo del camino. Poco a poco fue descubriendo a los que tenía cerca y los vio volar de un árbol a otro, advirtiendo que la mayoría tenían plumajes pardos, oscuros, casi negros, y que apenas se aproximaban al suelo a comer insectos. También, que cuando alzaba los brazos todos se espantaban y que no distinguían entre caminos porque le pareció que en el aire no hay caminos.
Sonrió por primera vez desde la mañana. La contemplación de los pájaros se alargó durante un buen rato sin que su cabeza registrase proceso mental que tuviera por objeto a los pájaros, ni a nadie. Sólo pareció despertar cuando el sofocante calor de un Sol en lo más alto, le empujó hacia atrás y su pie derecho apoyó sobre una rama seca rompiéndola y haciéndola sonar como el día aquel cuando crepitó su clavícula. Asustado -una punzada en la frente-, moviendo el pie izquierdo con misma suerte, un escalofrío de la cabeza a los pies escuchó a sus zapatos resbalar en la arena, y a su espalda golpear al caer entre la jara reseca. Tenía la sensación de que la tierra quería tragárselo, y que empezaba a comérselo por la cabeza. Le faltaba aire. Le entró miedo, pánico, y empezó a temblar en el suelo abierto de brazos y piernas empolvando el cielo que tenía por horizonte. Al momento se detuvo. Observó como se despejaba de su vista el polvo que le ahogaba, a la vez que escuchaba desde muy lejos una voz, una voz femenina como los trinos enmudecidos de los pájaros que se alejaban y se perdían en lo más alto del cielo azulado: ni pardos, ni oscuros; todos negros. Pudo sentir como el Sol ya no le calentaba, o al menos no tanto como el líquido que se derramaba por su cara. En un instante recordó algunas palabras en boca de su padre, reconoció las hierbas que su madre plantaba en el jardín, las carcajadas de su hermana, y el camino que llevaba al mar. Pero de la pistola de su mano izquierda y la carta de su mano derecha no sabía nada, ni importaba ya.
(I)

-“Enviaré este paquete a la oficina del alcalde”- decía mientras su voz traicionaba a su secreto.
Como los pájaros.

Deprisa. Piérdete entre los pinares. Duerme bajo el tejo en la explanada. Huye del halcón cuando ronde en círculos. Desconfía de los agujeros en la tierra, pues todos son acogedores para las ánimas, y no olvides, al amanecer, sacudirte el rocío, ocultar tu sombra, y aspirar profundamente la mañana; con cuidado, sin asustar a las briznas de hierba, y bailando al aire que gobierne. Si cumples lo aquí dicho llegarás al día siguiente y con algo de suerte, al siguiente... Despierta...
Con todo lo que tenía para contarte sobre insectos, roedores y plantas... tuviste que golpearte contra el cristal de mi ventana; Ni el agua a cuentagotas al calor de mis manos en cuna de dedos trenzadas, ni colocarte la cabecita mirando al alba, te devolverán la vida, la alegría, ni nada. Hundo la cabeza entre mis rodillas, aunque no soy culpable de tu pérdida. He sido testigo de la mayor de las injusticias. En promesa por tu muerte esta ventana será tapiada. Ya sólo me queda la puerta de esta prisión mundana donde por fin comprendo, gracias a ti, vencejo, estos once años de vagar entre pabellones, galerías, duchas y camas. Lo hermético de este mundo... Lástima; nunca supe que el castigo era convertirme en llaga.

viernes, 16 de marzo de 2007

Algunos sonidos.

-La mano de un adulto abofeteando la cara de un recién nacido.
-La angustia de alguien ahogándose con un pedazo de carne atravesada en la traquea.
-Los gritos bajo el mar de alguien que no consigue emerger.
-Los bufidos de quien busca aire entre el humo de un incendio.
-Los intentos por escapar de un ataúd bajo tierra.
-las voces de auxilio de los mineros atrapados en una galería derrumbada.
-El gélido hilo de voz de quien pretende no desmayarse.
-La piel quemándose en el fuego.
-El chirriar de los dientes durante una embolia.
-El golpe seco del aliento en un ataque al corazón.
-Cortar la carne con un cuchillo.
-Romper un hueso.
-Desprender una uña.
-La respiración asistida.


Por lo general, y afortunadamente, jamás hemos tenido contacto con ninguno de los sonidos reseñados - nos espanta sólo intuir su proximidad. Y los casos en que los sonidos nos son familiares, escalofrían. Pero todos, y la infinita lista de los que faltan, son el mismo: la vida ha roto negociaciones con la muerte.
Saldos.
Biografía a disposición de nuestros clientes.

“(Breves apuntes) Nací en 2010. A la edad de diez años escribía poemas para mis hermanos. Cuando cumplí los doce, súbitamente, abandoné la escritura por la lectura. A los quince lo había leído todo. Uno antes de los veinte decía tener diecisiete. Hasta los treinta viví con un hombre, y tuve cuatro hijos. Antes de los cuarenta había vivido con seis más, pero se me agotaron las ganas de vivir. Hoy, con cuarenta y tres, prenderé fuego a mi casa, después de matar a mis hijos de diez, doce, quince, y diecisiete años, junto con los dos perros.”
Condiciones contractuales:

Gran despliegue informativo en diarios nacionales y extranjeros. Portada en prensa regional. Protagonista durante dos semanas en noticiarios, manifestaciones contra la abolición del subsidio familiar, y polémicas declaraciones entre instituciones de acogida y centros de salud mental. Reseñado en libros de ensayo, y diversas tesis doctorales. Nombrado por políticos y analistas en Consejo de Ministros, y ponencias. Tipificado, desde entonces, como el caso “---(escriba aquí su nombre)---“ Estudiado en institutos, universidades, y colectivos para la erradicación de la violencia. Apariciones en algunas videocreaciones, y usado con asiduidad por dos artistas de renombre. Texto con fotografía en anuarios del año 2053. En Internet 140.837 entradas. Publicación póstuma de los poemas de juventud con dibujos de la autora -tres reediciones-. Rodaje de dos películas y un corto basados en la historia de la mujer y ecos del primer matrimonio; una de corte más psicoanalítico con director y actores ingleses, y otra realizada por un director español y protagonizada por la estrella emergente del momento. Varios premios. Monumento en calle céntrica de su ciudad natal.

Pólizas de seguros por cumplimiento íntegro de los objetivos del contrato, facturación anticipada por aval bancario o depósitos de garantía, corren todos por cuenta del cliente. Suspensión temporal o definitiva por la cesión a terceros o intercambio de identidad sujetos a la legalidad vigente y código de sustitución vital europeo. Protección confidencial de datos del contratante. Inhumación de cuerpos incluidos. Tránsitos de personalidad penados por las leyes internacionales. Borrado de recuerdos, y plus de inteligencia a partir de los veinte años. Descuentos desde los seis años. La empresa no se responsabiliza de accidentes, imponderables, abusos, violaciones, tráfico de órganos o asesinatos los primeros quince años.


Firma del titular -------------------------

------------------- Autorización y fecha

Era una sombra...

Era una sombra tan densa que bien podría vestirse en un funeral.
Era un vestido tan denso que bien podría ensombrecer un funeral.
Era una sombra tan bien vestida que podría ensombrecer un funeral.
Era un funeral tan denso que bien podría vestir a las sombras.
Era tan denso que bien podría vestirse un funeral de sombras.
Colores.

Los días grises y azules ya se han ido, pero aún quedan los amarillos y turquesas, los rosas, verdes, y blancos de cal, los de tus ojos marrones y los de tu voz al jadear.

sábado, 10 de marzo de 2007

El perro.
Desde el mismo día de su nacimiento aquel perro se había comportado como todos los perros que comen alimentos cocinados específicamente para su perfecta y equilibrada dieta, elaborado por un atento cocinero que se ocupa de sus cinco tomas diarias y su limpieza, además de su quincenal visita al peluquero, y las revisiones del veterinario, que acude inmediatamente cuando gimotea por un postre poco azucarado. Fantástico especimen que paseaba por la orilla de la playa y jamás por las aceras, en pose más equina que canina, y que, además, se apareaba con perritas asépticas que conocían la posición receptora más efectiva y rápida, siempre bajo la atenta mirada de unos dueños que intercambiaban sus tarjetas de visita, y cuyos rostros reflejaban la codicia ante el plan urdido para con los futuros cachorros. Todo era normal en la vida de aquel cursi animal.
Hasta aquella mañana de Febrero en que el albañil golpeó la cañería, la cañería se rompió, y el agua caliente salió despedida en descomunal chorro hirviente directamente a los ojos de aquel perro, éste corrió escaldado, aullando de dolor como nunca se le había oído, golpeándose con los muebles, resbalando en cada esquina, chocando con todas las puertas, hasta que pudo salir de la casa donde, descompuestas sus formas a base de dar vueltas y giros retorciéndose entre espeluznantes chillos casi humanos, logró cruzar el jardín y a toda velocidad huir hacia la carretera que bordeaba el chalet, donde un frenazo y un golpe seco cortó la carrera y acallaron sus quejas. Hoy pasa el tiempo en casa sobre su capazo almohadillado de plumas, o en la sala de rehabilitación para recuperar la movilidad de una de sus patas traseras –sin pezuña-, en los brazos de la hija del dueño, auxiliado por las curas constantes de un enfermero. “Afortunadamente, -dijo el veterinario que le operó- los ojos, y por tanto la vista no han sufrido ningún daño, todo ello gracias a las lentillas de color; de no haber sido por ellas hubiéramos tenido que sacrificarle”.
Mamá.

Llueve con tanta fuerza, que la ventisca esconde la casa de al lado, la del parque de abajo y el tejado justo encima de mi cabeza. Cuando llueve con tanta fuerza el agua, orgullosa como torrente embravecido se acompasa con las voces de los niños y el picar del pedrisco en el alfeizar. Un día como este, cuenta la historia, que en la casa de la colina, la mujer del relojero agarró con una soga por el cuello a su marido y le clavo las tijeras treinta y seis veces en la cara, y una en el corazón. Dicen, también, que el hombre aún tuvo fuerzas, con el rostro borrado por la rabia de su esposa, y el resto de vida que le quedaba, para levantarse del sillón, quitarse la soga, dirigirse a la puerta de casa, abrirla de una patada, y gritar endemoniado por el dolor en el instante justo que un trueno ensordecedor bramó asustando a todo el pueblo. Cuentan que calló de bruces delante de la puerta de casa mientras el agua de la lluvia lo desangraba. Descalza, la mujer descendió lentamente caminando bajo la tormenta con aquella mirada inolvidable. Sangró tanto el desdichado que el agua se tiñó de carmín fluyendo por todas las calles desde la colina y acompañando a la mujer hasta el río. La lluvia era feroz. Cuando la mujer se internó en la espesura de los árboles del río, la tormenta cesó. La búsqueda duró varios días, sus ropas se encontraron flotando junto a la orilla pero jamás se encontró su cuerpo. Nunca en el pueblo comprendimos lo sucedido. Hoy mi hija dijo haber visto, durante la tormenta, que el agua que caía en riada por las calles tenía color rojo, como de sangre. Yo le he dicho que es por culpa del matadero que hay en lo alto de la colina, y que cuando hay matanza y coincide con lluvia, las calles tienen siempre ese color. Como sentía algo de frió fui a echar un pedazo de leña a la chimenea, al otro lado de la sala, mientras mi hija en la ventana, con voz serena, aunque algo contrariada me dijo: -“¡Mamá!, ¡Va descalza! ¡Esa mujer va descalza!, y... Mamá... esa mujer,... esa mujer, se parece a ti”
Fuego.

De repente se levantó tanto humo que obligó a taparnos la boca, la nariz, los ojos; A huir. Nos detuvimos agazapándonos entre nuestros brazos buscando una bocanada de aire donde la hubiese; pero no lo había. Caíamos, chocábamos entre nosotros, unos escupían con dolor y asco el humo negro que nos inundaba la garganta, otros se desgañitaban agitando los brazos desesperadamente, algunos se golpeaban el pecho agachados y lloraban y gritaban y sacudían las piernas y las manos, antes de darse la vuelta súbitamente boca abajo y retemblar hasta detenerse. Los cuerpos caídos se pisaban sin gemir, duros como leños, tensados como cuerdas corríamos sobre ellos como por los travesaños de un puente; resbalábamos y apoyándonos en la humareda siempre encontrábamos un bulto para ponernos de pie. Los gritos eran terroríficos, el pánico nos convertía en pulgas embotadas. El humo tiene voz propia; susurra, sisea, silva, y quema justo en el instante en que el silencio de la asfixia permite saber de donde viene el fuego. Es un segundo. Lo ves. Quieres atravesarlo, saltarlo, la muerte no mata tanto como su visión, la vida nunca estuvo tan viva, la carne te crece la piel se te rompe, no sientes nada, vas hacia él y...
libres.

Ves, aquella espuma en el horizonte sobre el mar, lo ves ahora cerca de las rocas, entre las islas, junto al barco, cerca del cielo, acá y allá. Pues dicen algunos, que son los niños que se han ahogado al nadar, al alejarse de la orilla, o querer bucear; otros, a los que yo creo, faltaría más, dicen que esa espumita la producen los bracitos de los niños salpicándose su felicidad, libres al fin, por no regresar.
Aire de ceremonia.

Aire de ceremonia. A través de las cortinas se oye discutir a las tres hermanas. Ella, la mayor, le dice a la mediana que no sea tonta, que dónde va; que si se cree que todos estamos siempre para lo que quiera; que cómo lo va a dejar; que si después de trece años no lo iba a intentar; que todo es mentira; que no lo creyese; que nunca la engañaría; cómo la podía engañar; que sí, que se amaron antes de conocerla a ella, muchos años atrás, y luego, nunca más; que le pregunte a él, que él se lo dirá. La mediana llora y grita sin cesar. La pequeña se quema los dedos al fumar, muerde el cigarro y mira nerviosa aquí y allá, fuera, al otro lado del ventanal. La mediana chilla descontrolada, algo rompe: un cristal. Y cae al suelo rompiendo algo más que de golpe grave asusta a la pequeña en el ventanal. A la mayor, ya no se la escucha. La mediana grita su nombre, un Dios y otro Dios, maullado, largo y gemido. La pequeña descorre el visillo y se tapa la boca, tira el cigarro e intenta saltar por el roto cristal del ancho ventanal. Ya no se oye a nadie, ni a la mayor, ni a la mediana, ni a la pequeña; sólo veo el ventanal y el visillo moverse por el aire de adelante a atrás; y las campanas de la iglesia; y a la Madre de las tres que levanta la voz queriendo encontrar a la mayor, y a la pequeña, y a la mediana. Se hace tarde, su boda va a empezar. Fuera, en el jardín, todo sigue igual: Los invitados ríen a carcajadas rodeando el coche de honor, y un perro ladra tras la verja sin correa ni dueño ni tranquilidad; veo al hijo de la mayor que pregunta a su padre dónde está mamá; y a la pequeña que corre levantándose el vestido para no tropezar; y al novio que da vuelta sobre vuelta saludando en la escalinata desde donde sonriendo ve el altar y la madre que se desmaya junto a la casa donde a la mayor no se la escuchará más; y la mediana entre sollozos y su blanco inmaculado, desordenadamente ensangrentado, sale por la puerta con la mirada perdida y algo entre las manos; y al novio temblando, y a los amigos boquiabiertos, y a los niños señalando, y el órgano de la Iglesia que comienza a tocar la marcha nupcial, y a la mayor... a la mayor, ya no se la verá jamás, mientras la pequeña huye para escapar de la verdad.