FANZINE MUNICIÓN -cuarto número 2017-
JOSÉ LUIS VIÑAS
VOSOTROS FUISTEIS, NOSOTROS SOMOS, ELLOS SERÁN.
A propósito de “Tierra de Botargas –Guadalajara Norte-”
Julio Hontana
[1] Caro Baroja, Julio. “A caza de Botargas”. Revista de dialectología y tradiciones populares, Madrid tomo XXI, 1965, cuadernos 3 y 4, págs. 273-292. Consúltese: http://hdl.handle.net/10357/18738. Consulta realizada el 2 de agosto de 2016.
JOSÉ LUIS VIÑAS
VOSOTROS FUISTEIS, NOSOTROS SOMOS, ELLOS SERÁN.
A propósito de “Tierra de Botargas –Guadalajara Norte-”
Julio Hontana
«Botarga la larga
La cascaruleta,
Más vale mi culo
Que todas tus tetas».
La cascaruleta,
Más vale mi culo
Que todas tus tetas».
Canción popular.
“Yo que he llegado tarde a tantas vidas,
hoy me acerco inseguro
a la desvencijada mirada de los sueños”.
hoy me acerco inseguro
a la desvencijada mirada de los sueños”.
Jesús Munárriz: Viajes y estancias.
Familia y curiosidad fueron dos razones de fortuna que me permitieron pasear sin rumbo -ingenuamente pienso ahora- gran parte de La Alcarria, con esa energía y velocidad que dan los años turbadores de la juventud de modo que, en no pocas ocasiones, era incapaz de diferenciar si estaba posado claramente sobre la tierra firme del paisaje o sobre el lenguaje de sus gentes, que para mí entonces eran tan rocoso el uno como el otro. Y así pasé remendando en silencio los días y sus noches, con la intención de escuchar atentamente ese campo que nunca calla, que jamás descansa. Lo vivido en aquellas tierras, en aquel tiempo, se fijó a mis recuerdos de manera imperecedera, teniendo a Jadraque como centro y por límite la memoria.
No necesita José Luis Viñas ninguna presentación laudatoria; ni la desea. Nada resultaría más contradictorio que esa extendida conducta prologuista de prevenir al espectador (aquí también lector) para que abra bien los ojos ante la grandeza de una obra artística, como si las obras de arte necesitasen de continuo en este tiempo unas leyes prefijadas de reflexión anticipatoria para que el trabajo del artista desarrolle en nuestro interior el bálsamo emocional que cure el desorden conceptual de nuestro cerebro. A no ser que el ditirambo se requiera como aproximación lingüística a las “mojigangas” de los personajes que el artista rescata para la ocasión; que tampoco. Pero la presencia de la obra de José Luis Viñas en Munición es un placer que no quiero esconder. Hace ya muchos años que tengo la fortuna de contar con su amistad y, en tiempos en los que una leve brisa es capaz de echar a perder el recto proceder de cualquier ser humano, incluidos los de carácter estoico, no es poca cosa esta.
Es Munición el primer “lugar” donde aparece editada la serie completa “Tierra de Botargas –Guadalajara norte (2009-2010)-”, que reproduce el camino de Julio Caro Baroja[1] por esta geografía, iniciado una “mañana del 13 de enero de 1965” en busca, “a caza”, de las últimas manifestaciones del folklore alcarreño; en particular, las fiestas herederas de las Lupercalia de invierno. Ser testigo de un rito ancestral en la frontera de su desaparición obliga al antropólogo a extremar la agudeza de su mirada y refinar los métodos de investigación. Pero en este hermoso texto de Caro Baroja, nunca pensado como apéndice a su majestuosa obra El Carnaval[2], observamos a un estudioso que indaga a la caza de estas “arraigadas” celebraciones de “preservación contra el lobo, de purificación a la vez y de fecundidad de los rebaños” [3], en compañía de su hermano Pio[4], cámara al hombro y proyecto fílmico como única arma para capturarlas.
Según va transcurriendo el viaje, el corto viaje, percibimos sutilmente cómo el ánimo excitado con el que había nacido el estudio, impulsado por el interés que había despertado en Caro Baroja el extraordinario artículo de Sinforiano García Sanz[5], va decayendo poco a poco. En ningún caso esa percepción tan subjetiva, que sin rubor me atrevo a apuntar aquí[6], tendría nada que ver con la estremecedora mirada de Gutiérrez-Solana sobre, por ejemplo, las “carnestolendas”[7] de Madrid y todo aquello en lo que posara su realista y “negro” ojo de escritor, aunque en algunos cuentos de Viñas se respire ese aire de lo putrefacto de Solana[8], mucho más socarrón; mucho más colorido.
Madrid, por su cercanía con Guadalajara, atrajo a las gentes del campo y despobló sin remedio las tierras alcarreñas. Un cambio radical que tiene su primera crisis a principios del siglo XX, como nos recuerda Josep Fontana, llevándose por delante con enorme violencia al campesinado de la mayoría del Estado. Especialmente grave fue para “los pequeños productores […] cultivadores de cereal de Castilla la vieja y de León.”[9] Nadie pone en duda la relevancia que el campesinado español tuvo en las transformaciones sociales y políticas del siglo XX, ni que la raíz principal de tamaña inestabilidad económica y su consiguiente flujo migratorio fuese el precio del trigo. Ante la irreversibilidad de estos cambios, la poca audacia política para combatirlos, los “salarios más altos en los centros urbanos” [10] y el hambre en oleadas[11], que desde antiguo se venía sufriendo, y que el desarrollismo precipitó, se perdieron, además de vidas, los ritos que apuntalaban a las comunidades rurales y fijaban los ritmos vitales en las tareas del cultivo; esto es, las celebraciones de su ciclos “religiosos-legendarios”. Esta pérdida no se produjo en todos los lugares visitados por Caro Baroja, pero en ocasiones se “infantilizó” la botarga, por necesidad, por ausencia de jóvenes en el pueblo, con lo que ello significaba de alteración y degeneración de la fiesta. Por el contrario, hoy la botarga ha encontrado un modo de regresar “fuera de tiempo”, alejado del motivo ancestral que lo propiciaba, convirtiendo sus venerables orígenes en un espectáculo estival[12] que le asegura la supervivencia, augurando, quizás, su progresiva decadencia, pero aún visible, entrañable y necesario.
García Sanz describe cómo “La Botarga” (o el botarga) salta y danza por las calles con su particular atuendo[13], persiguiendo especialmente a “las mozas” y pidiendo limosna al forastero, además de asustar a los niños, entrar en las casas, robar, y con histriónica gestualidad hacer bufonadas delante de la imagen de la Virgen a su salida de la iglesia. Y allí, perdido entre los lugareños, imagino a José Luis Viñas tomando nota, atento, sabiéndose testigo de un tiempo remoto, mientras brinca y resuena el arlequinado anunciando su inminente desaparición. De hecho, la desaparición de la botarga se consumará al finalizar la ejecución de la ceremonia, escondiendo el traje, ocultándolo a la vista de toda la comunidad, volviendo a las sombras y esperando, si los tiempos son propicios, su celebrado regreso como vaticinio de fertilidad.
Pero cuando el viaje está concluyendo Caro Baroja nos da la clave: “¿Qué es este enmascarado de 1965 sino la misma imagen, proyección o representación del pueblo en ruinas, del pueblo que desaparece […]?”.[14] La identificación de la botarga con la ruina, atrapada por Viñas en cada una de sus obras, no pretende ser ilustración de nada, ni las raíces de esta ruina se encuentran en un solo territorio, ni en una comunidad humana aislada. La extensión del fenómeno, extrapolado de la fiesta, está tan generalizada que las palabras de Caro Baroja suenan proféticas.
El proceso de trabajo de José Luis Viñas queda explicado con precisión por él mismo: “Desde 2004 soy un pescador de espectros en el ocaso de los mundos rurales. He recorrido durante más de 10 años recónditas comarcas ibéricas en declive o abandono, fotografiando viejas construcciones obsoletas, luego imaginándolas habitadas por resistentes, locos o fantasmas. Lo hacía mediante un breve cuento y un dibujo.”[15] Esas fotografías sin artificios que toma de las edificaciones en desintegración, y el cuento que pone voz al dibujo de lo que el artista figura en su interior, recuerdan sin esfuerzo a las imágenes de Alfred Kubin[16], despertando monstruos, tempestades, brujas, y demonios en ambientes opresivos, paisajes desolados, o en primeros planos sin la esperanza que da la perspectiva. En Kubin cualquier espacio cerrado es una madriguera de la que supuran sueños abominables. En el caso de José Luis Viñas las habitaciones, radiografía[17] figurada de la imagen fotográfica, salones o habitáculos que sospecha se ocultan tras los ancianos muros, nos presentan un episodio de vida privada[18], a la vez que figurada en un escenario iluminado al capricho de la historia, que el artista inventa para sostener la estructura del edificio revivificando el hogar que un día fue. Hogares de dramas y comedias, cuentos y recuentos sobre los vivos, sobre los muertos, como rescataba Gaston Bachelard de la obra literaria de Henri Bachelin[19] en la que, rememorando el invierno, el escritor nos habla de esas “viejas casas” donde en su interior las historias, “las bellas leyendas que se transmiten los hombres adquieren un sentido concreto y se hacen susceptibles, para quien las ahonda, de una aplicación inmediata. Y así tal vez uno de nuestros antepasados, expirando en el año 1000, pudo creer en el fin del mundo. Porque las historias no son aquí cuentos de la velada, cuentos de hadas relatados por las abuelas; son historias de hombres, historias que meditan fuerzas y signos”; Viñas, sin duda, añadiría que las historias son también, y sobre todo, las de las mujeres. Cuentos –los sugeridos por Bachelin; los que acompañan a los dibujos de Tierra de Botargas-, que deflagran la imaginación, como si con cada historia se nos apareciera una puerta en el techo, al estilo de aquella acción que proponían Ilya y Emilia Kabakov para “salir hacia otro mundo que no hemos visto”. [20]
La idea de que somos una Civilización en profunda decadencia, que estamos caminando sobre uno de esos escalones de la historia de los que tanto argumentó Arnold Toynbee, esos donde las ruinas ya no pueden esconderse, surgidas -puesto a fabular con tino apocalíptico- del cataclismo económico y social del capitalismo extremo; del derroche energético y su cambio de modelo aplazado sin fecha; del fin del trabajo; y de la ausencia de soluciones políticas más allá del consentimiento tácito de los gobiernos para el espolio planetario feroz, hace que posarse poética y silenciosamente sobre dichas ruinas, sin deseos de transformar un saco de piedras en una morada eficiente, sea un acto de resistencia. Aún cumplen su función los acuclillados muros de esos edificios fotografiados por Viñas, aún son capaces de vibrar como “membranas”[21] para trasferir luminosamente la opacidad de las tinieblas y lo hediondo del aire encerrado en esas atmósferas centenarias sin ventilación. Hasta en Las Meninas Velázquez abrió una puerta al fondo para que el cuadro respirase, para respirar nosotros, para escapar quizás, o porque no hubiese sido suficiente el aire de esa enorme habitación del Alcázar para sobrevivir eternamente; olemos igual vivos y muertos.
Pegar el oído a las paredes es un pasatiempo infantil que todos hemos jugado. El nacimiento de algunos terrores nocturnos se origina en esa escucha indiferenciada donde seres vivos y objetos se intercambian los papeles para poblar de fantasmas una imaginación que aún no tiene pleno dominio de su manejo. En las rutas que ha establecido José Luis Viñas por la geografía del abandono, y que tan agudamente ha sabido estudiar Raquel González Rodelgo, se puede experimentar un rumor similar al que a través del pincel de Paul Klee sintió Walter Benjamin frente a su Angelus Novus y el huracanado viento del “progreso”[22]. Sin embargo nuestro artista lo explica con abrumadora serenidad: “Hoy más que nunca, las ruinas, testimonio de fracaso, vía muerta hacia otra posible existencia, conforman una barrera frente al poder de la demolición total; aquel que nos deja a la intemperie en un nuevo y ubicuo desierto, sobre el cual ya nos advirtió Nietzsche.[…] Frente a la acumulación de las mercancías, que se consumen compulsiva y masivamente, otorgar importancia a los espacios y a los tiempos no-productivos no puede sino constituir per se una acción subversiva.”[23] No productivo fingía Camilo José Cela que sería su Viaje a la Alcarria en 1952. Y ya entonces comprobamos cómo terminó esa “historia de historias”, pilladas al vuelo, a veces retrato antropológico, a veces cuento, y continuamente literatura. No resultaría extraño que el viaje comenzado un día por José Luis Viñas, desde su destierro en Guardo, acabase en genealogía que nos represente a todos: a nosotros; a vosotros; a ellos.
Cabe finalizar con un retrato colectivo, uno tan arcaico y ruinoso como los edificios y casas donde los que figuran en él vivieron; ruinas que todos guardamos en el olvido y que Camilo José Cela supo registrar y recomponer, en piedra de sillarejo, como una sociedad en imparable derrumbe y que jamás encontraría el camino de regreso salvo en el contar, en el decir; no como resurgir de un pasado de barbarie, ¡de ningún modo!, sino para contar lo jamás contado. La botarga solo se aparece para retornarnos a tiempos de fertilidad con la energía de generaciones acumulada por la historia; acumuladas en las historias: “-Mi nombre es Julio Vacas, aunque me llaman Portillo. En este pueblo [Brihuega] cada hijo de vecino tiene su apodo, aquí no se libra nadie. Aquí tenemos un Capazorras, un Tamarón y un Quemado. Aquí hay un Chapitel, un Costelero, un Pincha y un Caganidos. Aquí hay un Monafrita y un Cabezón, un Mahoma y un Padre Eterno, un Caldo y Agua y un Caracuesta, un Chil y Huevo y un Cabrito Ahumado, un Fraysevino, un Insurrecto, un Píoloco y un Mancobolo, un Taconeo, un Futiqui y un Pilatos; aquí señor mío, no nos privamos de nada. […] –Y a todos juntos nos dicen bufones y borrachos los de los pueblos de al lado.”[24]
Lo dicho: Botargas todos.
[1] Caro Baroja, Julio. “A caza de Botargas”. Revista de dialectología y tradiciones populares, Madrid tomo XXI, 1965, cuadernos 3 y 4, págs. 273-292. Consúltese: http://hdl.handle.net/10357/18738. Consulta realizada el 2 de agosto de 2016.
[2] Caro Baroja, Julio. El Carnaval. Edit. Alianza editorial, Madrid 2006.
[3] Ibíd., pág. 346.
[4] Pio Caro Baroja produjo documentales y películas de temas folklóricos junto a su hermano Julio Caro Baroja, constituyendo ambos una productora cinematográfica. El documental “Las Botargas” (1965) recoge el viaje que el antropólogo recogió en “A caza de botargas”.
[5] García Sanz, Sinforiano. Botargas y enmascarados alcarreños. (Notas de etnografía y folklore).Cuadernos de Etnología de Guadalajara. Nº1, 1987. Institución provincial de Cultura “Marqués de Santillana”, Excelentísima Diputación de Guadalajara. pág. 11: “En el Norte y Noroeste de España son muchos los nombres que se les dan a los enmascarados, similares a las "botargas" alcarreñas, entre los que citaremos: irrio, arrias, cinseiros, chóqueiros, madamitas, vellos, maragatos, muradanas, cigarróns, felos, borralleiros, murrieiros, cocas, charruas, troteiros, entroidos, zaharrones, zafarrones, zamarrones, sidras, bardancos, cardona, zarramón, mazarrón, mozorro, cachimorro, guirrios, aguilarderas, ceniceras, vexigueos, zagarrones... , unos actúan como máscaras individuales y comparsas de Carnaval y otros como componentes de grupos de danzas o jefes de las mismas. En la Rioja se da el nombre de "cachibirrios" y "zarragones" a los directores de las danzas, según vemos en el trabajo de don José Magaña “Contribución al estudio del vocabulario de la Rioja”. (Fundamental estudio que introduce en el conocimiento de las botargas y personajes populares de la provincia de Guadalajara).
[6] Caro Baroja, op.cit., pág. 276 “La reflexión cardinal durante el viaje de vuelta es obvia: ¿Es el país que hemos visto el mismo de las capitales, de las grandes zonas urbanas?”. Pág. 287: “Nuestro terreno es malo pero es bonito –admite un vecino-. Otro dice que sus aguas son bonísimas y abundantes. / No hay más remedio que asentir y aun decir que no es aquello o no debía de ser tan malo como dicen. Pero, hoy por hoy [1965] esta conciencia de maldad natural impera”. Pág. 292. “Según esta doctrina [la glorificación del “billete verde"], hemos de aceptar que el limpiabotas del cafetín o bar del suburbio es más feliz que el propietario rural de tipo medio de Guadalajara, de Cuenca, de Soria o de Segovia. La anuencia con la que se acepta esto es estremecedora”.
[7] Gutiérrez-Solana, José. Obra literaria I y II. Fundación Santander Central Hispano, Madrid 2004.
[8] Ibíd., Obra literaria, tomo II. “Florencio Cornejo (novela) 1926”, pág. 376: “Han pasado los años. El autor de este libro, está muy viejo y achacoso, para colmo de males, le ha salido, a muy cerca de la avanzada edad de sesenta años, un chancro sifilítico; se le está quedando la cabeza pelada como un queso y no conserva ya un solo diente. Se ha enterado de que la mujer de Florencio, la buena y simpática Juana, ha tenido un fin desastroso: está recluida en un manicomio, pues parece monomanía persecutoria, y cree que los frailes quieren violarla y quitarle la herencia; se mea en los bancos del jardín y muchos días se niega a comer porque cree que van a envenenarla para robarle unos papeles que lleva, cosidos, en el pecho”.
[9] Fontana, Josep. Cambio económico y actitudes políticas en la España del siglo XIX. Edit. Ariel, Barcelona 1975. A finales del siglo XIX el precio del cereal en España tenía un precio tan alto de venta y coste de producción, además de su ineficaz distribución posterior por el territorio, que era mucho más rentable el “coste de traerla por mar desde Odesa o Nueva York” (pág. 187). “Pero si los efectos inmediatos de la crisis pudieron paliarse, y la gran agricultura subsistir casi indemne, no salieron tan bien librados los pequeños productores, en especial los cultivadores de cereal de Castilla la Vieja y de León. La secuela de la crisis agraria fue la tremenda oleada de emigración campesina que se produjo a comienzos del siglo XX: de 1904 a 1913 marcharon a Ultramar cerca de de un millón y medio de españoles, empujados por el hambre y la miseria. Si tenemos en cuenta que esta cifra venía a representar el 8% de la población española, nos percataremos de la magnitud de la pérdida, mayor, proporcionalmente, que la de la emigración a la Europa industrial en los años 1960 a 1967. Pueblos enteros llegaron a plantearse la posibilidad de una emigración colectiva.” (págs. 190-191).
[10] Ibíd., pág. 202.
[11] Ibíd., pág. 196: “Que la situación de los hombres del campo no era mejor en Castilla la Vieja o León lo muestran, por ejemplo, las cifras de mortalidad infantil, que son, con las de Extremadura, las más elevadas de España y explican que Severino Aznar calificara a estas regiones de “horrendo matadero humano”. Citando al propio autor: Severino Aznar. Despoblación y colonización. Editorial Labor, Barcelona, 1930, pág. 26. Traigo aquí esta cita por parecerme significativa al compararla con la que le propio José Luis Viñas hace en una sucinta autobiografía publicada en su blog personal “http://latrovadelmundoroto.blogspot.com.es/ 2015/10/ruinas-2.html”: “Personalmente, he perseguido demasiados finales silenciosos, demasiadas muertes sin relato, como una vez las calificó mi admirado Luis Mateo Díez en una conversación personal. Estoy con los niños que no son Aylán y que también mueren varados en otras playas; a ellos les presto mi susurro, a otros como ellos dibujo en papeles gastados o pinto en retablos llenos de huecos y de recortes. Sólo esa humanidad cualquiera, despojada de todo amparo, da sentido a mi trabajo: un atlas de orfandad”. (consultado el 2 de agosto de 2016).
[12] Díaz Ascaso, Olga. “Botargas y danzantes: evoluciones diferentes. Diferencias entre el periodo invernal y estival”, Cuadernos de Etnología de Guadalajara, nº 42, 2010, págs. 45-67. Biblioteca Virtual de Castilla la Mancha. En este artículo Díaz Ascaso también hace referencia a la infantilización del rito y a la feminización del mismo (pág. 64) que, debido a la ausencia de hombres dispuestos para asumir la función tradicional que estos tiene en la celebración de la botarga, recae en el arrojo de algunas mujeres.
[13] García Sanz, op.cit., “Viste la "botarga" un traje propio de arlequín, de bayeta roja y amarilla, alternando el color en grandes trozos, y en el centro de un trozo rojo, por ejemplo, va un círculo estrellado amarillo, o viceversa; una gran careta de cartón de facciones monstruosas le tapa la cara; la cabeza la lleva cubierta con un capuchón de la misma tela y colores que el traje y una especie de orejas, que en forma de cilindros le cuelgan de los lados; a la espalda, gran cobijón de la misma tela y colores, donde guarda ceniza, paja muy molida o pelusa de espadaña; a la cintura, sujetos por fuerte correa, innumerables cencerros y zumbas de los carneros ,y vacas; en la mano derecha, descomunal castañuela, y en la izquierda, una gran cachiporra; calza abarcas con peales de pellejo. Una especie de rabo de la misma tela completa su aspecto demoníaco”.
[14] Caro Baroja, Julio. “A caza…”, op. cit., pág. 291.
[15] Viñas. op. cit.
[16] Kubin, Alfred. Sueños de un vidente. IVAM Centre Julio González, Valencia, 1998.
[17] Siempre me llamó la atención que entre las pertenencias que Walter Benjamin llevaba en su equipaje el día de su muerte se encontrara una radiografía.
[18] Arendt, Hannah. La condición humana. Edit. Paidós, Barcelona, 1996. pág. 70: “Antes de la Edad Moderna, que comenzó con la expropiación de los pobres y luego procedió a emancipar a las clases sin propiedad, todas las civilizaciones se habían basado en lo sagrado de la propiedad privada. […] En sus orígenes, la propiedad significaba ni más ni menos el tener un sitio de uno en alguna parte concreta del mundo y por tanto pertenecer al cuerpo político, es decir, ser el cabeza de una de las familias que juntas formaban la esfera pública. […] Lo sagrado de lo privado era como lo sagrado de lo oculto, es decir, del nacimiento y de la muerte, comienzo y fin de los mortales que, al igual que todas las criaturas vivas, surgían y retornaban a la oscuridad de un submundo”. Sugerimos la fascinante interpretación de Arendt sobre el texto de Fustel de Coulanges La ciudad antigua. Estudio sobre el culto el derecho y las instituciones de Grecia y Roma.
[19] Bachelard, Gaston. La poética del espacio. Fondo de Cultura Económica. México, 2013. pág. 73.
[20] Kabakov, Ilia y Emilia. El palacio de los proyectos (1995-1998). MNCARS –Palacio de cristal-, catálogo de la exposición. Madrid 1998.
[21] Burgin, Victor. Ensayos. Edit. Gustavo Gili, Barcelona, 2004. pág. 157.
[22] Benjamín, Walter. Iluminaciones I. Edit. Taurus, Madrid 1990. pág. 183: “[El ángel de la historia] Ha vuelto el rostro hacia el pasado. Donde a nosotros se nos manifiesta una cadena de datos, él ve una catástrofe única que amontona incansablemente ruina sobre ruina, arrojándolas a sus pies. Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero desde el paraíso sopla un huracán que se ha enredado en sus alas y que es tan fuerte que al ángel ya no puede cerrarlas. Este huracán le empuja irremediablemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que los montones de ruinas crecen ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso".
[23] Viñas. op.cit.
[24] Cela, Camilo José. Viaje a la Alcarria. Edit. Espasa Calpe, Madrid 1978. pág. 55-56.